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Las abarcas vacías Miguel Hernández
 

LAS ABARCAS DESIERTAS


Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,                 
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,                              
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

     MIGUEL HERNÁNDEZ  

 

       Miguel Hernández       

Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre de 1910 –

Alicante, 28 de marzo de 1942) fue un poeta y dramaturgo

de especial relevancia en la literatura española del siglo XX.

Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la

generación del 36, Miguel Hernández mantuvo una mayor

proximidad con la generación anterior hasta el punto de

ser considerado por Dámaso Alonso como «genial epígono

de la generación del 27                

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