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ÁREA POÉTICA 2017 2018
Letanías de la tierra muerta

Alfonsina Storni (1892-1938) 

 

Poetisa y escritora argentina

del modernismo

En Rosario (Argentina) su madre fundó una escuela domiciliaria y su padre instaló un café cerca de la estación de ferrocarril Rosario Central. Alfonsina se desempeñó como mesera en el negocio familiar, pero dado que este trabajo no le gustaba se independizó y consiguió empleo como actriz. Más tarde recorrería varias provincias en una gira teatral.

Storni ejerció como maestra en diferentes centros educativos, y escribió sus poesías y algunas obras de teatro durante este período. Su prosa es feminista y, según la crítica, posee una originalidad que cambió el sentido de las letras de Latinoamérica.

Sus composiciones reflejan la enfermedad que padeció durante gran parte de su vida y muestran la espera del punto final, expresándolo mediante el dolor, el miedo y otros sentimientos.​

Fue diagnosticada con cáncer de mama, sufrió un cambio radical en su carácter y descartó los tratamientos médicos para combatirla.

Se suicidó en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Alfonsina consideraba que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío, y así lo había expresado en un poema dedicado a su amigo y amante, el también poeta suicida Horacio Quiroga.

Hay versiones románticas que dicen que se internó lentamente en el mar; algunas de esas versiones sirvieron para componer la canción «Alfonsina y el mar», basada enteramente en cómo se suicidó Alfonsina..



 

LETANÍAS DE LA TIERRA MUERTA

A Gabriela Mistral

 

Llegará un día en que la raza humana

Se habrá secado como planta vana,

Y el viejo sol en el espacio sea

Carbón inútil de apagada tea.

Llegará un día en que el enfriado mundo

Será un silencio lúgubre y profundo:

Una gran sombra rodeará la esfera

Donde no volverá la primavera;

La tierra muerta, como un ojo ciego,

Seguirá andando siempre sin sosiego,

Pero en la sombra, a tientas, solitaria,

Sin un canto, ni un ¡ay!, ni una plegaria.

Sola, con sus criaturas preferidas

En el seno cansadas y dormidas.

(Madre que marcha aún con el veneno

de los hijos ya muertos en el seno.)

Ni una ciudad de pie... Ruinas y escombros

Soportará sobre los muertos hombros.

Desde allí arriba, negra la montaña

La mirará con expresión huraña.

Acaso el mar no será más que un duro

Bloque de hielo, como todo oscuro.

Y así, angustiado en su dureza, a solas

Soñará con sus buques y sus olas,

Y pasará los años en acecho

De un solo barco que le surque el pecho.

Y allá, donde la tierra se le aduna,

Ensoñará la playa con la luna,

Y ya nada tendrá más que el deseo,

Pues la luna será otro mausoleo.

En vano querrá el bloque mover bocas

Para tragar los hombres, y las rocas

Oír sobre ellas el horrendo grito

Del náufrago clamando al infinito:

Ya nada quedará; de polo a polo

Lo habrá barrido todo un viento solo:

Voluptuosas moradas de latinos

Y míseros refugios de beduinos;

Oscuras cuevas de los esquimales

Y finas y lujosas catedrales;

Y negros, y amarillos y cobrizos,

Y blancos y malayos y mestizos

Se mirarán entonces bajo tierra

Pidiéndose perdón por tanta guerra.

De las manos tomados, la redonda

Tierra, circundarán en una ronda.

Y gemirán en coro de lamentos:

¡Oh cuántos vanos, torpes sufrimientos!

—La tierra era un jardín lleno de rosas

Y lleno de ciudades primorosas;

—Se recostaban sobre ríos unas,

Otras sobre los bosques y lagunas.

—Entre ellas se tendían finos rieles,

Que eran a modo de esperanzas fieles,

—Y florecía el campo, y todo era

Risueño y fresco como una pradera;

—Y en vez de comprender, puñal en mano

Estábamos, hermano contra hermano;

—Calumniábanse entre ellas las mujeres

Y poblaban el mundo mercaderes;

—Íbamos todos contra el que era bueno

A cargarlo de lodo y de veneno...

—Y ahora, blancos huesos, la redonda

Tierra rodeamos en hermana ronda.

—Y de la humana, nuestra llamarada,

¡Sobre la tierra en pie no queda nada!

* * *

Pero quién sabe si una estatua muda

De pie no quede aún sola y desnuda.

Y así, surcando por las sombras, sea

El último refugio de la idea.

El último refugio de la forma

Que quiso definir de Dios la norma

Y que, aplastada por su sutileza,

Sin entenderla, dio con la belleza.

Y alguna dulce, cariñosa estrella,

Preguntará tal vez: ¿Quién es aquélla?

¿Quién es esa mujer que así se atreve,

Sola, en el mundo muerto que se mueve?

Y la amará por celestial instinto

Hasta que caiga al fin desde su plinto.

Y acaso un día, por piedad sin nombre

Hacia esta pobre tierra y hacia el hombre,

La luz de un sol que viaje pasajero

Vuelva a incendiarla en su fulgor primero,

Y le insinúe: Oh fatigada esfera:

¡Sueña un momento con la primavera!

—Absórbeme un instante: soy el alma

Universal que muda y no se calma...

¡Cómo se moverán bajo la tierra

Aquellos muertos que su seno encierra!

¡Cómo pujando hacia la luz divina

Querrán volar al que los ilumina!

Mas será en vano que los muertos ojos

Pretendan alcanzar los rayos rojos.

¡En vano! ¡En vano!... ¡Demasiado espesas

Serán las capas, ay, sobre sus huesas!...

Amontonados todos y vencidos,

Ya no podrán dejar los viejos nidos,

Y al llamado del astro pasajero,

Ningún hombre podrá gritar: ¡Yo quiero!...

 

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