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Victoriano Crémer

Victoriano nació en Burgos, en un ático de la calle San Cosme, el 18 de diciembre de 1906 ó quizá de 1907 ó 1908, como aparece reflejado en distintos documentos. Esta extraña indefinición de su fecha de nacimiento nos la explica el propio poeta:

“… mi padre, empleado puntual y honrado, era, en cuanto a los deberes legales que le correspondían como padre de seis hijos, un tanto descuidado, y así, cuando apareció el segundo de la manada (que era yo), asustado tal vez por lo que se le venía encima, con un jornal de 11 reales a lo sumo, no quiso saber nada de nada, ni por tanto, que los demás lo supieran.. Y se olvidó de inscribirme en el Registro Civil…o bien coincidiría algún traslado cuando se dispondría a cumplir esa obligación, y ya lo dejó pasar , para mejor ocasión, muriendo sin haber corregido el defecto…”

 

Su padre fue a inscribirle y ante el funcionario sordo que le correspondió, libró el recado:

-Vengo a inscribir a un niño recién nacido.
- Nombre y apellidos del neófito,- le preguntó el funcionario, alargando la oreja de oír.
- Victoriano Crémer por parte de padre, y Alonso por parte de madre.
- Está bien.

"...Y no estuvo bien hasta que yo contaba los años por decenas, porque el funcionario entendió lo de Crémer por Cuende. Y con ese Cuende tramposo me quedé, hasta que me ví obligado a enmendarlo para no andar por el mundo con los apellidos cambiados".

De aquella infancia burgalesa llena de penurias y trabajos, conserva Victoriano Crémer numerosos recuerdos:

“ Recuerdo los doce reales que ganaba mi padre con los que vivíamos los seis de la familia siempre a trancas y a barrancas. De mi madre, una mujerona valiente de Villadiego, de mis abuelos que vivían en Barrio Gimeno, de los vecinos que convivían conmigo cuando era niño, de su lucha por la vida, del frío, las heladas, el agua, la nieve, y dejando así claro hasta qué punto la patria pequeña que la llaman se mete en la sangre y no nos abandona”.

En el mes de junio, en las fiestas de San Pedro, teniendo ocho años se le ocurrió invitar a su hermana mayor a tomar parte de la danza de la música que partía del Casino (espacio acotado por los socios) a lo que su madre se apresuró a cogerle del brazo retirándole del lugar mientras repetía:

-¿ Pero qué pretendes, desdichado? ¿No sabes que ese baile pertenece al Casino y que nadie, que no sea de su clase, debe atreverse a mezclarse?.
Y aquello me pareció tan extraño que nunca conseguí aceptarlo de buena gana.

Las estrecheces económicas por las que transcurrió su infancia, le obligaron a vender periódicos, refugiado bajo el Arco de Santa María. Cuando era niño se ofreció al periódico ”El Castellano”, como vendedor a comisión, ganando un céntimo por cada uno. Cuando ya los hielos se convertían en cruel mordedura, utilizaba los periódicos como coraza y metía la mercancía entre la piel y la camisa. Si daba la casualidad de que, por algún suceso trágico o novelesco, conseguía colocar los diez periódicos a mi cargo y cobraba los diez céntimos que en ley me correspondían, mi madre me besaba chorreando lágrimas y me decía: "¿ Lo ves? Ya eres un hombre. Con tu jornal tenemos para un cuartillo de leche".

"Confieso que a mi formación ha contribuido, en gran medida, el fundamento mágico de la ciudad en que fuí nacido. Y cuando mi madre me encargaba algún recado de la cocina al dormitorio, con el recorrido obligado de un pasillo oscuro y profundo, me hacía acompañar por el candil de aceite y durante el trayecto cantaba jaculatorias aprendidas en los Hermanos Maristas, para espantar mis miedos a los espíritus pobladores de las sombras. Porque como haberlos, les había. Estaba seguro".

Después de una breve estancia en Bilbao se trasladaron a León y se instalaron en el número 10 de la calle Puertamoneda de la cual refiere el poeta que parecía un agujero como cueva de alimañas, medía unos cuatro metros de largo por tres de ancho y su altura no alcanzaba a dos metros. La única luz y ventilación entraban por un ventanuco que daba a un patio ahogado de tejadillo. El piso era de tierra negra y hedionda.

Victoriano Crémer, gracias a la insistencia de su madre, pudo realizar algunos breves estudios con los Hermanos Maristas, primero en Burgos y después en León, desde los diez hasta los catorce años, compaginándolos con pequeños trabajos.

A los catorce años comenzó a trabajar como mancebo de botica con un horario completo.

A los dieciséis años pudo encontrar empleo en la imprenta “La Moderna” donde se publicaba el periódico “La Crónica de León”. En este periódico publicó su primer poema en 1927. En ésta imprenta aprendió el oficio de tipógrafo en el que se mantuvo hasta el final de la Guerra Civil.

Colaboró en el Diario de León con su columna "Crémer contra Crémer" hasta el final de sus días

Victoriano Crémer,  con más de 100 años y en una de sus últimas entrevistas dijo:

"En la actualidad soy el único que trabaja en mi familia."

Falleció en León en el mes de Julio de 2009

El Centro Victoriano Crémer le dedicó un emotivo homenaje en  noviembre de 2009

 

 

 

 
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