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  • La sonrisa robada: reseña de Mª Ángeles Merino
    Escrito por David Fernández, martes 23 de diciembre de 2014 , 12:34 hs

     

    En La sonrisa robada vamos a "escuchar" la voz de dos personajes reales que vivieron un apasionado amor real, en los ásperos años cuarenta que siguieron a la guerra civil española y a la segunda guerra mundial, escrita por el burgalés José Antonio Abellán.
    Un joven poeta que escribe su diario, un amor tan solo alimentado por cartas manuscritas y un médico que escribe novelas. La importancia y la fuerza de la escritura puede llegar a sorprendernos en un tiempo de "uasaps" y correos electrónicos, harto cicateros en letras y palabras. Ya, ya sé que no se escribe así.
    "La sonrisa robada" no es un libro que se pueda contar. Es una lectura que hay que vivirla, soñarla. Contiene amor, poesía, sentimiento, delicadeza, intenso dolor también. Historia, música, medicina, resistencia a la adversidad, amor a la vida; todos sus ingredientes están sabiamente administrados. Sentís curiosidad, pues...adelante. ¿Que es un poco grueso el tomo? No se os hará larga su lectura. Tal vez, una vez finalizada su lectura, deseéis leer el diario completo del poeta: "Edelgard: diario de un sueño" de José Fernández Arroyo, el otro lado del puente.


     
    A Edelgard y a José  los he soñado bajo una tienda de campaña de amarillentas cuartillas, bien sujeta por dos negras plumas estilográficas. La tinta es el vehículo de sus sentimientos. Tinta que cruza un puente de estrellas, tendido entre tierras alemanas y españolas. Flensburg y Manzanares. Flensburg  y Madrid.
    26 de enero de 1949. José, un joven estudiante de Bachillerato que ejerce como practicante en un pueblo manchego,  había enviado su dirección a un club de amigos por correspondencia.
    Escribiría a chicos y chicas europeos, en el "renqueante francés aprendido en el instituto", "el idioma de los librepensadores", para abrirse al mundo; el sueño de muchos adolescentes en "la España en blanco y negro del nacionalcatolicismo", aislada tras "una frontera espiritual reforzada con cerrojos carceleros y cuentas de rosario engarzadas en alambradas de espino".
    ...una caligrafía ordenada y vertical...
    No se conocen en persona, pertenecen a dos mundos diferentes; pero les une un deseo de amar y, al mismo tiempo, de escapar a la realidad cotidiana.
    José huye del "hedor a caspa e incienso, a sacristía cerrada", en la España de la posguerra donde, tras diez años, se percibía todavía el diluido olor de la pólvora.
    "Al otro lado estaban la alegría y el color, el aroma de la primavera". Algo de ese aroma le llega en la primera carta que le produce "un impresión muy especial...una caligrafía ordenada y vertical...un cierto tono misterioso, como sugerente, no sé algo que no puedo explicar".
    Edelgard huye de su cuerpo maltrecho y debilitado, del tormento de sus recuerdos, de sus sueños perdidos, de su querida Stettin de donde fue arrancada, en una Alemania en ruinas.
    "Debería hablarle de mi hermosa tierra del Este alemán, ahora separada; de mi conocimiento con los rusos y alemanes" (ellos nos expulsaron a mi hermana Sigrid y a mí, en mayo de 1946, de Stettin); perdimos todo; nuestra madre, nuestros hermanos y otros parientes próximos, la patria y los bienes; también nuestra salud sufrió mucho...¿Podría hablarle...de mi nueva "patria" que no será nunca "mi patria"...de mi amor por la música y la naturaleza...de mis secretos proyectos de llegar a ser una escritora (ahora estoy estudiando el arte del estilo). He estudiado Medicina, pero el fin de la guerra acabó con mis estudios..."
    José no podía ignorar la carga de dolor que llevaban los entrecomillados: "ma connaisance avec les Russes et les Polonais", "ma patrie"; intuye el horror de la aludida "connaissance".
    Julio de 1949. José cumplía el servicio militar en Madrid, como sanitario. La vida cuartelera le resultaba monótona y fea pero encontraba sus minutos de felicidad, tras la cena. "Tendido en la terraza del cuartel, José camina por el puente de las estrellas". Leía las cartas de Edelgard  "con un temblor en las manos y ronroneo en el corazón". Escribía mentalmente, cartas de respuesta que luego, en el papel, ya no le parecerían tan hermosas. Ella le respondía en alemán porque en francés no podía expresar lo inexpresable:
    "Ja, lieber José...cuando al atardecer estés en la terraza, contemplando la estrella, debes pensar que yo soy esa clara estrella brillante de que me hablas. En esos momentos deja que tus pensamientos y tus ensueños vengan sobre mí sobre el brillante puente de las estrellas. Yo los esperaré y, cuando ya estén en mí, iré a sentarme al piano y mi música construirá otro puente sutil e invisible y te llevará mis pensamientos". 

    "Llueve sobre Flensburg". Así comienza el libro que tenemos entre las manos, con la lluvia que caía obstinadamente aquel día de  1953. Porque José "viajó a Flensburg para materializar un sueño". El viaje duró dos largas semanas en autoestop por las carreteras de Europa, durmiendo en gasolineras, en parques públicos, en oscuros zaguanes. Y José Antonio Abella viajó muchos años después, "quizá por el mismo sueño", buscando el rastro de Edelgard, dos horas en avión y dos en tren.
    "Un talismán de tres sílabas pronunciadas con la fe titubeante de quien necesita tocar la herida para ver la luz". Es el motor que impulsó el viaje del joven poeta. Su amigo, el autor de la novela, comprende muy bien ese amor a la antigua, tal vez un poco cursi. Él también ha caído bajo el embrujo de las cartas de Edelgard. Ambos comparten "los genes de un romanticismo tardío y una adolescencia incurable y errática". Vagarán "por caminos inciertos, en la frontera brumosa y serpeante de lo sublime y lo ridículo".
    Vagaremos con ellos por caminos inciertos, en los que no faltara la belleza. Edelgard asomará entre la niebla buscándola siempre con avidez.  En la Naturaleza, en la música, en la literatura, en las cartas del poeta español.  El manzano de su jardín, la anémona nemorosa, la "Träumerei" de Schumann o un poema en su lengua. Porque para Edelgard todo lo bello de este mundo es Dios y, en esta convicción, se acerca a José cuya sólida fe religiosa se desliza hacia un panteísmo poético.
    Ni la belleza estará ausente, ni el deseo que pronto prende entre las cuartillas:
    "Mientras tocaba el piano, un soplo imperceptible hizo vacilar la luz de las velas y me pareció como si tu alma acariciara mis cabellos. Creo que he sentido todos tus pensamientos, toda tu "Sehnsucht", incluso durante mi sueño..."
    "Sehnsucht" es una palabra que Edelgard y José repiten con frecuencia, sin traducción. Su significado aproximado sería el de un deseo muy, muy ardiente. Y la "Sehnsucht"que fluye en sus corazones será  el mejor bálsamo contra la memoria de los días en Stettin., de los felices y de los desgraciados.

    ¿Cómo se roba una sonrisa?

    Un abrazo de:
    María Ángeles Merino

    Visita esta reseña y otras en el blog de Mª Ángeles "La arañita campera"
     
    http://aranitacampena.blogspot.com.es/search/label/La%20sonrisa%20robada

    Etiquetas: lecturas reseñas novelas aportaciones romanticismo
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